Zorrilla se convirtió, una vez más, en una especie de frontera. El límite entre lo viejo y lo nuevo. En las dos anteriores ocasiones el equipo vigués había regresado victorioso de Pucela. En esta tocó cruz. La derrota, sin embargo, sirve de acicate. De estímulo. El celtismo no va a bajar los brazos. No se ha habituado ni al caviar de los puestos europeos ni a la desesperación de habitar una semana en el pozo de la categoría.
Este sábado 2 de febrero la afición ha vuelto a demostrar que la Afouteza está a salvo. El celtismo ha hablado. Ha jugado su partido antes de que el balón comenzase a rodar sobre el verde de Balaídos. Es un apoyo y una pasión a prueba de adversidades. A las 18:45 horas, centenares de personas se citaban en el entorno del coliseo celeste para recibir a sus jugadores, los llamados a sacar al conjunto vigués de los puestos de descenso.
Ni la nube negra que descargó un chaparrón alrededor de las 19:00 horas apagó sus gargantas. El Sevilla era el primero en llegar. El cuadro hispalense, que llega tras caer en Copa ante el FC Barcelona, sintió que su afición no es la única que se calza las botas y decide partidos. Poco después del autocar sevillista se desataba la locura. Bufandas al aire. Cesaba la lluvia. El celeste marcaba el camino de los últimos metros del bus en el que viajaban Miguel Cardoso, Vlado Gudelj y los 18 jugadores elegidos para intentar frenar una negativa racha de cinco derrotas seguidas, una dinámica en la que el equipo vigués todavía no ha puntuado en lo que va de 2019.
La cuesta de enero ya ha finalizado. Ha dejado al conjunto vigués al borde del descenso, pero con esta afición el futuro es alentador. La cofradía del 4% está preparada para jugar toda la segunda vuelta. El celtismo vuelve a ser la mejor incorporación del mercado de invierno. Contigo, con ellos, todo es posible.