Maxi Gómez no fue al único que se le echó de menos en Balaídos. El templo del celtismo tardó en retumbar. Fue media hora de silencio. 30 minutos sin esa gasolina con la que juegan los hombres de Antonio Mohamed cada vez que juegan en el coliseo vigués.
Poco antes de la media hora de juego, los ocupantes de la grada de animación aparecían en sus sitios. El resto de Balaídos dedicaba una sonora ovación a las peñas. El celtismo mostraba su fortaleza. Lo hacía en su casa y dejaba un nuevo mensaje. "Nós somos o celtismo". Era un grito de guerra. Una advertencia a la directiva que preside Carlos Mouriño y al sistema de capitalismo galopante que está implantando Javier Tebas en LaLiga.
El celtismo también evidenciaba ese mensaje de odio al fútbol moderno. Los patrocinios pueden -y deben- convivir con esas pancartas que llenan de colorido los estadios. No todo es negocio. No todo tiene precio. La afición habló alto y claro. "Sen siareiros non sodes nada". El Celta no es solo Iago Aspas, Hugo Mallo o Maxi Gómez. Su grandeza durante estos 95 años de vida han sido gracias al apoyo de un celtismo que ha llorado y ha reído con el equipo de su vida. Y los sentimientos, afortunadamente, no se pueden comprar.