"Pintar para acostumbrarse a la frialdad del mundo", la historia del local más colorido de Vigo

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"Cuándo me recuperé del coma, la vida tenía otros valores". Así empieza la historia de Miriam y de uno de los edificios más peculiares de la ciudad. Mirian es la dueña de la "Floristería/Frutería Marujita", que lleva ya 13 años abierto de cara al público y llama la atención de todos los que pasan por delante. Se encuentra en la zona de Santiago de Vigo, en la calle Cervantes y destaca por sus puertas pintadas con árboles en tonos verdes y rojos, que ya nos adelantan lo que nos encontraremos en su interior: un edificio lleno de vida y de arte.

Hace unos 12 años, Mirian sufrió un accidente muy grave que le cambió la vida. A apenas dos minutos de su casa, fue atropellada y estuvo en coma durante un tiempo. Así que, cuando salió de esa situación, su vida dio un vuelco. Ya no lo veía todo igual y la pintura fue su fiel aliada para "acostumbrarse a la frialdad del mundo". Desde entonces, empezó a expresarse en las paredes de su casa a través de sus pinceles y su imaginación.

No solo el accidente fue lo que la inspiró a pintar, la muerte de su padre fue el último impulso que le faltaba para empezar este trabajo con tan solo con unos pinceles y varios botes de pintura acrílica. Creyó que sería mejor, tanto para ella como para él, que en lugar de quedarse llorando en la cama, reflejase todos sus sentimientos en el suelo. Así se ven las lágrimas por su pérdida convertidas en vida llena de color:

Una tradición familiar

Mirian lleva 25 años viviendo en esta construcción de tres pisos, que sus padres compraron hace ya más de 50 años. "Tuve la suerte de tener unos padres muy trabajadores y muy ahorradores que consiguieron comprar este este edificio" cuenta Mirian, cuya principal misión es mantener esta estructura que tanto le costó a su familia conseguir.

Cuando ella tenía unos 18 años, sus padres compraron esta propiedad y abrieron un negocio de frutería y floristería llamado "Beni Fernández", como su madre. Sin embargo, cuando el negocio llegó a las manos de su actual dueña, decidió darle un giro. Lo llamó Marujita en honor a su abuela, que ya le inculcó el amor por las flores desde pequeñita. Siempre tuvo claro que quería tener una tienda que tuviese su nombre y su espíritu, tanto es así que el cartel del local está hecho con su letra.

La tradición floral no empezó ni con Mirian ni con su madre, lleva ya años arraigada en la historia de su familia. Sus bisabuelos ya se dedicaban a ello. Es más, el hermano de su abuela Marujita fue el creador de la Fundación Sales, un peculiar jardín botánico situado en las proximidades de la playa de Samil. "Yo nací entre plantas, en los invernaderos de mi abuela" relata la dueña de esta floristería que lleva la pasión en la sangre.

La situación actual del edificio

El edificio cuenta con tres pisos: el primero, en el que está la tienda y en el que viven su hermano y su madre; el segundo, en el que trabaja ella haciendo arreglos y que lleva 20 años arreglando y el tercero, en el que vive ella. Es una estructura muy grande, que cuenta, incluso, con un aguacatero de más de 150 años que llega al tercer piso.

Este edificio tan particular está, además, abierto a las visitas. Mirian no cree en las propiedades privadas, cree que una de las cosas más importantes que se puede hacer en la vida es compartir. En consecuencia, cuando le preguntan si pueden visitar su casa no duda en responder "mi casa es tu casa". Esta filosofía de vida la aplica también a su negocio, en el que - además de vender flores, frutas, verduras y hortalizas- tiene libros que cualquiera puede coger prestados y devolver cuando los haya acabado.

Otra de sus filosofías de vida es la de sacarle partido a todo, por eso su local está lleno de objetos reutilizados, como una lámpara hecha con botones o unas botas que usa de maceta. Esto bien lo saben sus clientes y las personas que pasan por allí a menudo, que en muchas ocasiones se acercan a llevarle objetos que ya no usan para que ella les de una segunda vida. Esto es algo que también le enseñó el accidente: no hay que dar nada por perdido, todo se puede aprovechar si se le da una vuelta.



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