Vigo, Galicia y toda España acaba de vivir un día que ya forma parte de la historia. Uno de esos episodios que recibirán un nombre propio en los libros, tal vez "el gran apagón". Y esas páginas de la historia estarán, precisamente, cargadas de otras pequeñas historias. Personas que pasaron este hito encerrados en ascensores, familias que disfrutaron de una noche a la luz de las velas y personas que trataban de volver a su hogar, como Iria Rodríguez.
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Esta joven viguesa voló a Barcelona el pasado domingo por motivos laborales. Allí le esperaba un lunes de reuniones, operaciones comerciales y despachos. Pero un flashazo y la oscuridad lo interrumpieron todo. En mitad de un acuerdo llegó ese gran apagón, y le pillo a cientos de kilómetros de su hogar. Como le pasó a la gran mayoría, primero pensó que era un problema en el edificio, después empezó a sospechar que era en toda la ciudad y tras un par de Whatsapps (los últimos que funcionaron con normalidad ese día), confirmó la noticia.
Y allí se encontraba, en medio de una ciudad que no era la suya y sin ninguna forma de contactar con los suyos, saber qué estaba pasando ni si podría regresar a casa. Todo eran preocupaciones hasta que empezó a apretar el hambre, entonces Iria y sus compañeros decidieron ir a comer. Fue entonces cuando se toparon con las consecuencias de la dependencia eléctrica, viajaban sin efectivo y no tenían cómo pagar.
Esos inconvenientes siguieron apareciendo a medida que avanzaba el día, debían volver a Vigo en avión y no tenían dinero para moverse hasta el aeropuerto. Tras ingeniárselas, el siguiente obstáculo eran las tarjetas de embarque. En su caso las tenían impresas, pero mucha gente ya no tenía batería en sus dispositivos, por lo que no podían volar: "Dio la casualidad de que había muchos vuelos que sí que estaban cancelados pero el nuestro no, aunque sí que hubo retrasos".
Cerca de dos horas más tarde de lo previsto aterrizaron en Santiago de Compostela. Desde el aire pudieron contemplar la España del gran apagón: "No había luz en ningún lado, me sorprendió". La odisea continuó entonces por carretera, desde la propia salida informatizada del aparcamiento del aeropuerto hasta los peajes. Afortunadamente, llegó a Vigo sin más problemas y aquí se encontró una noche oscura como nunca había vivido.
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Ahora lo recuerda todo casi con curiosidad, sin ser del todo consciente todavía de la magnitud de lo vivido. Es martes, ella tiene que seguir trabajando y a lo largo del día irá contactando con todos aquellos seres queridos que quedaron al otro lado de un teléfono que ya no podía unir a las personas.