Salinas de Ulló: historia, sal y ruinas en Vilaboa

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La sal es un elemento usado durante siglos para la conservación de alimentos frescos, como el pescado. Poseer unas salinas durante la Edad Media y Moderna era sinónimo de prosperidad para un pueblo. Durante el siglo XVII Pontevedra tuvo la necesidad de tener sus propias salinas y así, en 1693, el Colegio de Jesuítas pidió la cesión de unos terrenos en el actual concello de Vilaboa para su fabricación. Las salinas de Ulló (también escrito Ullóo) crecieron rápidamente y hoy sus ruinas proporcionan una idea de la gran capacidad que tuvieron hasta su cierre en el siglo XIX.

Acceder a las salinas es sencillo, pues están bien señalizadas y hay un aparcamiento. Desde la carretera nacional PO-554 a su paso por Vilaboa en dirección a al cruce con la PO-550 que lleva a Pontevedra, una señal advierte del giro a la derecha para llegar, tras algunos metros, a las salinas.

Cisces en el vaso grande de las salinas de Ulló, en Vilaboa.

La ría muere en esta zona de una manera pacífica, gracias en parte al dique construido para regular la entrada de agua. A mano derecha, un sendero parte la salina en dos áreas: un vaso que contiene el avance del mar; otro que hoy es junquera y lugar de recreo de aves y anfibios. Los dos vasos cumplían su función en la obtención de la sal. El primero, con más de 12 hectáreas, servía para estancar el agua y que se produjera la primera evaporación del agua, que se realizaba por la mera incidencia del sol. El más pequeño, que mide casi ocho hectáreas, está dividido en cuadrículas que se comunicaban entre ellas. Estos son los llamados cocederos, donde el agua acababa de evaporarse durante 15 días (alcanzando una temperatura de unos 23 grados) y la sal se cristalizaba.

Al final de este camino, en el que no es raro observar cisnes, garzas y otras aves, se abre un camino a la derecha que se interna en el bosque. Las indicaciones señalan la Granja de las salinas a escasos metros. Se trata de unas sorprendentes ruinas, escondidas entre los árboles, vestigio de la relevancia de esta fábrica de sal. Las casas en donde se elaboraba el mineral son hoy apenas un cascarón de piedra que esconden lareiras de tamaños descomunales, escaleras que ascienden hacia las copas de los árboles que trepan por su interior y antiguas despensas labradas en las paredes. Caminar entre estas ruinas enraizadas es adentrarse en la historia. No es difícil imaginar a los monjes y vecinos trabajando fatigosamente entre los pasillos de estas edificaciones.

De vuelta al inicio del camino y cruzando el dique de piedra que retiene el agua en el primer vaso, se asimila mejor el tamaño de estas salinas. La isla de San Simón se divisa a la perfección. Al otro lado, sobreviven los restos de un molino de mareas, poco habituales en Galicia. Además existe un sendero que, bordeando la ría y alejándose de las salinas, conduce a un mirador, aunque no tiene demasiada altura, con lo que no cambiará mucho la vista que ya se tiene de las salinas.

Gracias a un litigio entre los jesuítas y los vecinos por el mantenimiento de las salinas a mediados del siglo XVIII, queda constancia de la merma que se había producido en la producción de sal desde su apertura. Estos hechos, sumados a la expulsión de los jesuítas (1767) de toda España por parte Carlos III y la aparición de las latas de conservas, que mantenían mejor los productos y por más tiempo, acabó para siempre con la actividad económimca de las salinas de Ulló.

Cómo llegar y recorridos

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