A las afueras de Pontevedra, siguiendo el río Lérez, se extiende una senda que en pocos metros de caminata deja atrás la referencia de la ciudad para adentrarse en una densa boscosidad. La ruta remonta el discurrir de este torrente, que antaño fue lugar de referencia para el descanso de la alta sociedad. Testigo de ello son los restos del Balneario de Monte Porreiro, de principios del siglo XX, que se pueden visitar junto a uno de los puentes que cruzan el Lérez.
Desde la rotonda Dos Tirantes, junto al puente del mismo nombre que conduce al campus universitario, comienza esta ruta, de nivel de dificultad fácil, pues es completamente llana y tiene un recorrido total de 6 kilómetros. Es apta para hacer con niños y también en bicicleta. Con el río a mano izquierda, hay que dirigirse hacia el interior, dejando la ciudad a la espalda. El camino está bien señalizado.
En este primer tramo se disfruta de la belleza del río, que está catalogado como Lugar de Importancia Comunitaria y es una Zona de Protección Especial de los Valores Naturales. Rápidamente se llega a la playa fluvial, con varias zonas de descanso. El paraje será a cada paso más natural, con el bosque de ribera tomando protagonismo, con sauces y alisos por doquier. También son fáciles de ver los abedules y avellanos. En este área es posible toparse con la gallineta común, reconocible por una mancha roja sobre el pico, así como con patos. Aunque el protagonista es, por supuesto, el río.
Al cabo de unos 3 km aparecen los restos del antiguo Balneario de Monte Porreiro, aunque lo que hoy queda en pie no da buena cuenta de la elegancia original de esta construcción. Inaugurado en 1906, fue idea del indiano Casimiro Gómez (Cotobade, 1854- Vigo, 1940). Gómez había viajado con tan solo 13 años a Argentina con la esperanza de ganar dinero, como tantos otros emigrantes. Allí se formó en el tratado del cuero e inició una talabartería. Su éxito fue tal que incluso el Ejército argentino eligió sus monturas como las reglamentarias para sus tropas.
Gómez cumplió su sueño y se convirtió en un prosperosísimo empresario, pero no olvidó su tierra natal. Así, compró a orillas del Lérez un terreno que nombró Villa Buenos Aires, en honor a la ciudad que lo había acogido. En esa finca crió ganado, cultivó viñedos y frutales y pasó temporadas de descanso.
Movido por el reconocimiento de las aguas del Lérez como medicinales a principios del siglo XX, proyectó un balneario muy próximo a su propiedad. Pronto se convirtió en lugar de referencias para grandes personajes de la época, como el presidente del Gobierno Eugenio Montero Ríos o la infanta Elena de Borbón.
El gallego, que ya exportaba algunos productos de Villa Buenos Aires, vio la posibilidad de ampliar el negocio que le ofrecían estas aguas terapéuticas más allá del baño. Decidió embotellarla. A través de la marca Aguas Lérez vendió en Argentina "la Mejor Agua Mineral natural de mesa, recomendada por la ciencia", según rezaba su publicidad. El reconocimiento de estas aguas alcanzó incluso al rey Alfonso XIII, que llegó a felicitar a Casimiro Gómez por la alta calidad de su producto y convirtió la marca en proveedora de la Casa Real.
El gallego fue un gran valedor de Pontevedra e invirtió en el desarrollo de la ciudad no solo a través de sus negocios, sino también de donaciones, pero en torno a los años 20 el balneario entró en decadencia. Villa Buenos Aires fue derivando su actividad hacía el ganado y la agricultura, perdiendo su lujosa actividad. Incluso cambió de nombre: pasó a ser conocida como Granja Monte Porreiro.
El abandono del edificio del balneario provocó su deterioro. Sus materiales fueron empleados en otros fines y hoy tan solo queda una parte del complejo original.
Junto a los restos del Balneario pendula uno de los puentes de esta senda, pero antes de cruzarlo, merece la pena caminar unos pocos metros más para ver la pequeña presa que retiene el Lérez. Después se puede volver sobre los pasos, cruzar el puente e iniciar la ruta de vuelta. Los senderistas que tengan ganas de más pueden continuar adentrándose en la naturaleza, pues esta ruta discurre unos 7 kilómetros (por tanto, 14 ida y vuelta), hasta el embalse de Bora.
Cruzando el puente se aprecia una nueva visión de la naturaleza y también de los puentes que se suceden. Al aproximarse de nuevo a la ciudad se encuentra la Isla de las Esculturas, también conocida como Illa de Covo. Esta porción de tierra, a la que se accede a través de diferentes pasarelas, se ha convertido en un museo al aire libre. Varios artistas contemporáneos exponen sus obras de manera permanente entre los eucaliptos y demás árboles. Todas las obras están realizadas empleando granito, en homenaje a este abundante material gallego, y lo firman artistas internacionales y locales como Robert Morris, Dan Graham o Francisco Leiro.
Una vez que se haya disfrutado de este espacio expositivo, tan solo queda cruzar al otro lado del puente Dos Tirantes, donde se había iniciado este paseo por la historia y naturaleza de Pontevedra.
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