La parroquia de San Xoán es el primer destino para comenzar el Sendeiro da Moura en Arbo, concello conocido por la lamprea, los deportes de río y el vino. Aquí una carretera conduce directamente al puente románico de Mourentán, donde se encuentran las primeras indicaciones de este circuito, que también terminará aquí, pues se trata de un recorrido circular. Con 10 kilómetros y dificultad media, tiene casi de todo: playa fluvial, molinos, aldeas abandonadas, amplias vistas de un valle, naturaleza, petroglifos e historias de romanos y tropas napoleónicas.
El puente salva la división que produce el río Deva y junto a él se encuentra un molino y un aserradero rehabilitados, lo que compone una estampa perfecta para cualquier diario de viajes. Bajo este puente los lugareños, tanto aldeanos como religiosos, se enfrentaron a las tropas de Napoleón durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). Un monolito de piedra así lo recuerda. Aunque los gallegos vencieron, muchos ciudadanos perecieron en la contienda y sus actas de defunción son atesoradas por el Concello. Desde el puente se puede ver una pequeña playa fluvial que facilita el baño y un merendero. Como la ruta es circular, puede ser un buen lugar donde descansar al finalizar la caminata.
Ascendiendo por la margen derecha del Deva, se inicia la marcha, en la que pronto van apareciendo vestigios de una de las aldeas abandonadas que salpican el camino. En este primer tramo, la ruta atraviesa una carretera poco transitada y un puente hace que el caminante cambie de ribera. El sendero se adentra rápidamente en la naturaleza, pero combina las pistas asfaltadas con las de tierra. Robles, fresnos, abedules, acacias o pinos definen el frondoso camino.
Según se asciende, vuelven a aparecer construcciones antiguas, en este caso datadas en 1818 y conocidas como “O Portal do Grilo”. Caminando se deja atrás otro molino, mientras el sendero se dirige al Coto da Moura, en una cota cercana a los 300 metros. El punto más alto, donde la vista se abre al valle del río Deva con Portugal al fondo, se alcanza a los seis kilómetros de ruta. La vegetación aquí no es muy espesa y permite divisar el valle en su plenitud. En esta zona se debe estar atento a las piedras, pues abundan los petroglifos. Aunque la mayoría ya están muy erosionados por el tiempo, todavía se puede apreciar con claridad círculos concéntricos y otras figuras.
Este es el lugar de retorno, con lo que se inicia la vuelta con descensos y ascensos suaves, como el del Monte Cabrón, con vistas similares a las anteriores y ahora sí, bajada continua hasta llegar a la carretera de San Xoán. Aquí el camino ofrece dos opciones: continuar hasta el puente o desviarse. La segunda alternativa atraviesa el lugar llamado A Aduana, cruza las vías del tren y llega hasta los pescos en el río Miño. También llamadas pesqueiras, son construcciones de piedra que se adentran en el río para ayudar en la captura de lampreas. Datan de época romana, pero su uso se ha extendido durante siglos, integrándose como elemento característico y tradicional de todo el Baixo Miño, que alberga hasta 270 de estas construcciones.
Volviendo por el mismo tramo y retomando el sendero, este devuelve al caminante al Puente de San Xoán. Es el momento del disfrutar de la playa fluvial.