A lo largo de sus poco más de 30 kilómetros, el tramo del Camino de Santiago que une las localidades de A Guarda y Baiona está repleto de elementos icónicos. La silueta del Monte Trega, el Monasterio de Oia, el Faro de Silleiro y la Fortaleza de Monterreal son algunos de los principales hitos que jalonan el paisaje. Pero este trayecto también nos muestra otros rincones menos conocidos pero igualmente llenos de encanto: son los ocho secretos mejor guardados del Camino Portugués de la Costa entre A Guarda y Baiona.
A continuación, te proponemos una selección de sorprendentes rincones que, aunque a priori podrían pasarnos desapercibidos, bien merecen una parada para descubrir su belleza, la historia y las tradiciones que esconden. Para encontrarlos solo es necesario caminar con atención… Y seguir las flechas amarillas.
Empezaremos el recorrido a la orilla del Miño en Camposancos, el primer punto en tierras gallegas de esta ruta xacobea. A partir de ahí, cruzaremos los municipios de A Guarda, O Rosal, Oia y Baiona en un itinerario donde se combinan pistas de tierra, caminos empedrados tradicionales, tramos de carril bici y asfalto.
En plena desembocadura del río Miño encontramos un gran edificio en estado de abandono, parte de lo que fue el complejo del antiguo colegio de los jesuitas de Camposancos. Pese a su estado de ruina, este edificio atesora un inmenso valor histórico, tanto por su etapa como centro escolar puntero como posteriormente como campo de concentración durante la guerra civil.
Los jesuitas iniciaron su historia de A Pasaxe a finales del siglo XIX y pusieron en marcha un centro educativo que incluía varios niveles de formación y que permaneció activo durante varias décadas. Este colegio también funcionó como escuela universitaria y como seminario, siendo germen de las universidades de Deusto (Vizcaya) y Comillas (Santander).
Entre su profesorado estuvo el Baltasar Merino, quien fue mucho más que un maestro del centro, pues destacó en varios campos de la investigación científica. Uno de ellos fue la observación meteorológica. De hecho, con datos obtenidos en A Guarda entre 1881 y 1890, elaboró uno de los primeros trabajos de climatología en Galicia. Sin embargo, el campo del saber por el que más se conoce la figura del Padre Merino es la botánica. Es especialmente valiosa su obra Flora descriptiva e ilustrada de Galicia, una de las mayores recopilaciones que existen sobre la botánica gallega. Y no solo hubo profesores de renombre en A Pasaxe, sino que entre el alumnado del colegio también encontramos a científicos destacados como el astrónomo Ramón María Aller Ulloa.
Posteriormente, el mismo emplazamiento que albergó un complejo educativo referente fue escenario de otros hechos de relevancia histórica, pero bien distintos. Durante la guerra civil en parte de este espacio fue puesto en funcionamiento un campo de concentración de prisioneros, llegando a convertirse en uno de los mayores que el ejército franquista estableció en Galicia.
Otro lugar donde merece la pena detenerse con calma lo encontraremos saliendo de A Guarda hacia O Rosal. Pasadas las playas de Fedorento y Area Grande y siguiendo el trazado del Camino de Santiago veremos entre las rocas del mar una enorme estructura redonda. Es una de las cetáreas que antaño se utilizaban para mantener vivo el marisco (especialmente la langosta) a la espera de ser transportado a su destino final. Posteriormente, a mediados del siglo XX, este tipo de construcciones pétreas que funcionaban aprovechando las mareas fueron sustituidas por los viveros modernos.
En A Guarda se conservan los restos de varias de estas cetáreas, que pueden visitarse realizando una ruta específica que recorre el frontal marítimo. Esta en la que nos detenemos es conocida como A Redonda y se trata de una de las de mayor tamaño y mejor estado de conservación. Además de su valor patrimonial, es un maravilloso mirador hacia el núcleo de A Guarda y el monte Trega.
Un poco más adelante, aún podremos apreciar los restos de la cetárea Altiña, una construcción de similares características a la anterior pero de forma rectangular y en peor estado de conservación.
Hay quien desconoce que O Rosal tiene tres kilómetros de costa, sobre los que se asientan dos pequeños núcleos poblacionales muy vinculados al mar, pero también conectados con la montaña: Portecelo y San Xián.
En Portecelo encontraremos la Explanada do Horizonte, una zona de descanso y convivencia que ha recibido varios premios de arquitectura. Se trata de un lugar donde podemos hacer una parada para descansar, tomar fuerzas, disfrutar de las vistas y aprovechar algunos de los servicios disponibles en el punto (zona de esparcimiento, hostelería, aseos, aparcamiento, etc.)
Si desde este gran espacio público seguimos las señales del Camino de la Costa, a 10 minutos caminando encontraremos el petroglifo conocido como Laxe do Lapón. Se trata de una roca con numerosos grabados entre los que destaca una figura espiral y que nos retrotrae a la Edad del Bronce, hace unos 4.000 años aproximadamente.
Dependiendo de la hora a la que vayamos puede ser más o menos fácil distinguir los grabados: lo más recomendable es aprovechar la luz baja del atardecer y evitar siempre las horas centrales del día. En todo caso, podemos contar con la ayuda del panel colocado in situ a la hora de intentar descifrar este enigmático petroglifo.
Después de la parada retomaremos la ruta xacobea hasta llegar a Oia y encontraremos otro lugar muy especial situado al borde del propio camino: el Jardín Meditativo del Caminante. Se trata de un espacio abierto de relajación y meditación en el que podemos conectar con la naturaleza y también con nosotros y nosotras mismas.
La iniciativa nace de la voluntad de su creador, José Mateos Juárez, de compartir su experiencia en la meditación. De hecho, suele acudir a media mañana cada día, así que toda persona que desee hacer un alto en el camino para acompañarle será bienvenida.
Una vez hayamos pasado de largo el Monasterio de Santa María de Oia debemos caminar unos 3 kilómetros más para encontrar nuestro siguiente lugar especial: Punta Orelluda, en la parroquia de Pedornes. El porqué de este nombre lo deduciremos si nos colocamos mirando de frente al Atlántico: ante nuestros ojos quedarán dos enormes rocas constantemente golpeadas por el oleaje y que, por su forma, reciben el nombre de As Orelludas. Se trata de una zona muy especial en Oia, pues está vinculada a tradiciones locales en las que algunos hechos históricos se mezclan con la leyenda.
Existen numerosas versiones de lo que ocurrió aquí en 1581 pero, a grandes rasgos, el relato dice que una mañana dos labradores que estaban recogiendo algas vieron un resplandor en la Orelluda. Al acercarse, encontraron allí una estatua de la virgen, posiblemente procedente de Inglaterra, y que habría llegado por el mar.
A la estatua estaba encadenada a un perro de raza lebrel que, según el relato, finalmente murió tras salvar a la virgen del naufragio. Ante este hallazgo, pronto se corrió la voz y la estatua fue trasladada a la iglesia del Monasterio de Oia, llevándola en procesión los monjes y el abad. La figura es conocida como la Virgen del Mar o la Delamar, cuyos festejos se celebran cada año en el lunes siguiente al domingo de Pentecostés.
Al abandonar Oia siguiendo el Camino de la Costa entraremos en Baiona por la parroquia de Baredo. En este tramo en el que se encuentra el límite entre los dos municipios encontraremos vistas al faro de Silleiro, zonas de calzada empedrada en las que se pueden apreciar perfectamente las marcas del paso de los carros y otros pequeños rincones llenos de encanto.
Ya en pleno núcleo de Baredo encontraremos también acceso a la senda fluvial del río Fraga o regato das Tres Regueiras. A lo largo de poco más de un kilómetro de pasarela de madera encontraremos varios molinos, fuentes, lavaderos, bancos, zonas de sombra y algunas interesantes muestras de vegetación de ribera.
Otro elemento singular lo encontramos una vez hayamos atravesado el casco histórico de Baiona. A la salida, en una zona alta con buenas vistas, encontraremos el imponente Cruceiro da Trinidade. De cruz gótica y cúpula renacentista, cuenta con la particularidad de ser uno de los pocos ejemplos de cruceiro cubierto con baldaquino que hay en Galicia. Si nos acercamos a él, aún podemos distinguir los restos de la pintura con la que estuvo decorado.
Su origen nos lleva al siglo XV y, si nos fijamos en su ubicación, veremos que corona un espacio abierto con hermosas vistas hacia el mar. En tiempos de peste el lugar se utilizó para celebrar misas al aire libre. No sólo acudía hasta allí la gente de la villa, sino también los marineros de las embarcaciones fondeadas en el puerto.
La prestigiosa publicación National Geographic destacan la belleza de varios municipios que se encuentran a 90 minutos de Vigo
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