Frank McCourt, el autor de este libro, fallecía en 2009, a los 78 años. Dejaba tras de sí tres novelas: Las cenizas de Ángela (1996), Lo es (1999) y El profesor (2005). Toda su obra es autobiográfica.
La primera, que hoy trataremos, es, sin duda alguna, la que más éxito y fama le supuso.
Frank empieza a publicar muy tarde, a los 66 años, estando ya jubilado de su labor como docente, pero la gloria literaria no tardaría nada en llegarle tras aparecer esta primera obra: Las cenizas de Ángela.
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Ganadora del premio Pulitzer en 1997, del Premio Nacional de Críticos Literarios de Nueva York, del galardón a libro del año en Estados Unidos de 1997 (consiguiendo llegar al primer puesto literario en algunas de las más prestigiosas listas, como en The New York Times, Newsweek o Time, por ejemplo), traducida a veinticinco idiomas, adaptada al cine en 1999 por Alan Parker… pocas veces se ha visto algo así con el debut de un escritor.
Ahora, y aprovechando el 20 aniversario de Las cenizas de Ángela, que a lo largo de los años ha vendido más de 17 millones de ejemplares, Maeva saca una edición especial, limitada y numerada, motivo más que de sobre para revisitar esta fantástica obra.
(Esta crítica podría contener spoilers)
A lo largo de este libro recorreremos la infancia y la adolescencia de Frank, desde su nacimiento en Nueva York, pasando por sus primeros años en Limerick, hasta su regreso a Estados Unidos, cuando cuenta con 19 años, momento en el que finaliza el libro.
Ángela, madre de Frank, llega a Estados Unidos en la época de la Gran Depresión y conoce al que será su marido, Malachy (de Irlanda del Norte, alcohólico y con un característico “aire raro”), unos meses más tarde en una fiesta. Lo que en un principio tiene toda la pinta de ser una relación de una única noche, se convierte en matrimonio tras quedarse ella embarazada. Comenzará así la vida del autor de esta obra biográfica, primogénito de la pareja.
El padre, un alcohólico con el don de contar maravillosas historias y de gastarse con mayor facilidad la totalidad de su salario en alcohol. La madre, resignada ante la situación de pobreza en la que se encuentran, tratando de sacar a su descendencia adelante. Tendrán siete hijos en menos de seis años, muriendo tres de ellos siendo todavía niños, por enfermedades relacionadas con la miseria.
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La relación de Frank con sus padres será cambiante con el paso de los años, aunque la tónica predominante será la de tenerle un inmenso cariño a su padre, a pesar de su comportamiento, y adorar a su madre, a pesar de los habituales roces que surgen en toda relación madre – hijo.
Frank nacerá en Brooklyn, Nueva York, en 1930. Los hermanos vendrán a una velocidad endiablada. Malachy nace en 1931, los gemelos Oliver y Eugene en 1933 y Margaret en 1934. Será tras la muerte de la última, con apenas semanas de vida, cuando los padres decidan volver a su nativa Irlanda, con Ángela embarazada de nuevo. Allí morirán también los gemelos (la muerte del primero, Oliver, hará que el padre se hunda definitivamente en el alcoholismo. Eugene morirá sólo seis semanas después, haciendo que la situación sea todavía más dramática) y nacerán otros dos hijos: Michael en 1936 y Alphie en 1940.
Diversos elementos geográficos, como el río Shannon, la propia ciudad de Limerick a la que se trasladan o la calle O’Connell se convertirán también en auténticos personajes centrales de la novela, gracias a las fieles descripciones que el autor hace del entorno.
La vida allí se desarrollará en unas condiciones espantosas. El padre no es capaz de mantener ningún trabajo más allá de unas semanas, y gasta, automáticamente, todo lo que gana en alcohol. La casa en la que viven está inundada de forma permanente y se encuentra al lado de un retrete compartido por la totalidad de la calle.
Las cosas, sin embargo, todavía pueden ir a peor. En lo que en un primer momento es motivo de esperanza, el padre de Frank consigue un empleo en la Segunda Guerra Mundial en una planta de defensa en Conventry, Inglaterra, dejando a su familia y marchándose para allí, bajo la promesa de enviarles dinero cada mes. Lo prometido no durará mucho y los sobres dejarán de llegar al poco, sumiéndose la madre y los hijos en una miseria mayor, dependiendo únicamente de lo que ésta logra obtener, sin trabajo y con poca ayuda proveniente de sus familiares, que no aprueban que esté casada con un norirlandés. Es entonces cuando Malachy y el propio Frank, los dos hermanos mayores, comienzan a ayudar, recogiendo trozos de carbón o de madera por la calle, hasta que Frank contrae tifus y conjuntivitis. Los ingresos, a causa de esto, vuelven de nuevo a disminuir, teniendo la familia que abandonar su hogar y trasladarse a casa de un familiar que no siente demasiada simpatía por ellos. Frank comienza a soñar entonces con un futuro mejor. Su sueño es volver a su lugar de nacimiento: Estados Unidos. Empieza a trabajar como repartidor de telegramas y aprovechará lo ganado con este oficio para ahorrar y comprarse el billete de barco necesario. El libro termina así, con su partida a América, a la edad de 19 años, hecho que ya sabemos desde el principio y que se verá desarrollado de forma extensa, narrándonos su nueva vida allí, a posteriori, en su segunda obra, “Lo es”.
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Las cenizas de Ángela, desde su comienzo, supone ya un puñetazo en toda la cara: “Cuando recuerdo mi infancia, me pregunto cómo he podido sobrevivir. Desde luego, fue una infancia desdichada; es francamente difícil que las infancias felices merezcan la atención de alguien. Peor que una infancia desdichada cualquiera es una infancia desdichada irlandesa, y peor todavía es una infancia desdichada irlandesa católica”.
En la novela nos encontraremos con que Frank, primogénito de Ángela, será el narrador del libro, contándonos su día a día en Limerick. La historia está contada en primera persona y en presente. La gran protagonista de la obra, pese a ello, es Ángela, madre coraje que lucha contra viento y marea por sacar a sus hijos de las condiciones de extrema pobreza en la que se encuentran. Nos quedamos así con el dúo sobre el que recae la mayor parte de la novela: Frank y Ángela.
Frank se sitúa en su yo infantil, relatándonos sus vivencias de primera mano, como si fuera el propio niño el que nos está contando en directo todo lo que está pasando. Este recurso hace que el libro esté muy cargado de inocencia, ternura y sentido del humor. No se buscan en ningún momento a los culpables de la situación, a pesar de que el lector saca sus propias conclusiones y tendrá sus propias opiniones con respecto a lo que está leyendo y con respecto a ciertos personajes. La situación que vive el protagonista es la única que conoce, motivo por el que le parece que todo aquello es normal, sin darle demasiada importancia. Lo que más feliz le puede hacer es que él y los suyos tengan el estómago lleno, restándole importancia a todo lo demás.
La gran ancla que hunde a la familia en la miseria es el padre alcohólico, incapaz de mantener sus distintos trabajos y de gastar su dinero, cuando tiene uno, en algo que no sea emborracharse en las típicas tabernas irlandesas.
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La novela, a pesar de estar centrada en la historia del propio Frank y de su familia, es colectiva, pues asistimos a la situación económica, política y social del país en ese momento, siendo testigos de una Irlanda en eterno conflicto consigo misma (con la mayor parte de su población queriendo marchar de ella en busca de un futuro mejor, ante el empobrecimiento que sufre en esa década de los años 30) y con el Reino Unido.
Vemos a una sociedad consciente de que no está pasando por su mejor momento, pero que se mantiene, pese a ello, fiel a la religión y a sus tradiciones.
La pobreza, la miseria moral de muchos de los personajes que pasan por la obra y el fuerte catolicismo imperante en la sociedad de la época están presentes en todo momento en la novela.
Nos encontramos ante una sociedad irlandesa, la de los años 30 y 40, en una situación crítica. La vida es todo lo contrario a fácil en ese entonces. Todo esto aparece retratado maravillosamente en este libro. Los McCourt viven en una casa enana, en una callejuela destartalada, teniendo una única bombilla y conviviendo con toda clase de pulgas y chinches, además de compartir una única letrina con los demás vecinos. La familia se ve obligada, en muchos momentos, a vivir de la caridad, manteniéndose con vida gracias al té y al pan.
A pesar de reflejar la situación por la que pasa Irlanda en los años treinta y cuarenta, Frank siempre aseguró que no le gustaba que la novela se considerase que trataba de forma única sobre Irlanda: "No es exclusivamente una historia irlandesa. Es sobre el hecho de ser pobre, sobre el hecho de ser humillado y golpeado por una sociedad que dice que todos los hombres son iguales en la otra vida, pero que te fuerza a conformarte con lo que Dios y la patria te dan en ésta".
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El tono serio de las autobiografías convencionales no está aquí presente, algo que se agradece. Posee la clase de humor que sólo un niño podría tener, y más aún en una situación como por la que está pasando. Esta forma elegida para narrar su historia es estupenda. Dura, pero realista. Cargada de la hilaridad propia de un niño. El inocente punto de vista infantil hace que en muchas ocasiones llegues a reír, a pesar del dramatismo de lo contado.
El autor no busca en ningún momento el regodearse en sus penurias pasadas. Va siempre directo al grano de la situación, contándonos lo que pasa, sin aportar un juicio moral. Al estar todo contado desde el punto de vista del niño, las preocupaciones del narrador serán las típicas de las de cualquier otra persona de su edad: Que sus padres le echen la bronca o que los niños del colegio se rían de él. La visión infantil hará que muchas veces el autor llegue a conclusiones sin mucho sentido sobre lo que está pasando, algo que conseguirá sacarle una risa al lector. Logra transmitir a la perfección el lenguaje, las ideas y las emociones que tenía por aquel entonces.
La miseria humana contada en primera persona, en una imagen más que realista de lo que la más pura y absoluta pobreza supone. El drama está en todo momento muy bien reflejado por el autor, con una notable capacidad de escritura. Es impactante lo bien que aspectos como el frío, el hambre, la muerte o el no tener nada son retratados.
La novela es ágil y dinámica, sorprendiendo por su capacidad para transmitir una mirada tan tierna y, por momentos, incluso graciosa, que parte de una situación que no podría ser más dramática. Los sentimientos que transmite son en todo momento auténticos. Sientes de verdad lo que Frank te está contando.
Uno de los temas capitales de la novela es el clásico y recurrente pensamiento que se instaló en una Europa empobrecida a principios del siglo pasado: El de emigrar, fiel reflejo de algo que sigue ocurriendo en la actualidad.
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Es muy habitual la expresión “no saber si reír o llorar”, y ésta podría aplicarse a la perfección a este libro, mezcla de tristeza y humor, lucha por la supervivencia, en un continuo intento de sobrevivir cuando todo parece indicar que es imposible.
La novela se basa en el sueño de prosperar, de salir adelante, de superarse a uno mismo para mejorar las condiciones propias de vida y de los más allegados.
Es una historia que combina desde el cariño al dolor, pasando por el amor familiar y la injusticia, o la inocencia y la pobreza.
En referencia al título del libro, tema que a lo largo de los años ha generado numerosas teorías entre los lectores, Frank decía en su día: “Mi madre vino a visitarme a Nueva York en la Navidad de 1959. Llegó con la intención de quedarse un par de semanas y terminó quedándose hasta su muerte, 21 años después. Ella siempre nos pedía, a mis hermanos y a mí, que a la hora de su muerte mandáramos sus restos a Irlanda. Cuando llegó el momento decidimos cremarla y enviar allí sus cenizas. Ahí, en ese final, está el origen del título de mi libro”.
Es tras la muerte de su madre cuando Frank McCourt parece querer librarse de los fantasmas del pasado, que le han atormentado desde su infancia, abriéndose al mundo y contando sus vivencias. Siempre ha asegurado que no escribió este libro antes por respeto a su madre, pues ella no soportaría ver por escrito un relato marcado por la miseria y la penuria constantes.
El libro es recomendable, se hace muy ameno gracias al estilo “infantil” con el que está escrito y es de fácil lectura. Termina siendo, para el lector, una auténtica reflexión proveniente de alguien que ha pasado de la nada al todo, un recordatorio de que es muy necesario apreciar lo que se tiene, siendo, además, más que manifiesto el mensaje de que, si se quiere, se puede. Una en ocasiones muy dura lectura, algo necesario y que funciona como auténtico golpe de realidad en cualquier momento de la vida. En conclusión, una fantástica obra con la que Frank McCourt conseguiría entrar, por derecho propio, en la historia de la literatura.
Título: Las cenizas de Ángela
Autor: Frank McCourt
Traducción: Alejandro Pareja
Editorial: Maeva
Fecha de publicación original: 5 de septiembre de 1996
Fecha de publicación en España: 1997
Número de páginas: 445
Sinopsis: “El hambre, el frío, las pulgas, la enfermedad y la muerte son el rostro oscuro de este relato de infancia, contado a través de la mirada tierna y desprevenida de un niño. Una voz entrañable que narra no sólo la historia de su familia sino también la de su aprendizaje vital: el descubrimiento de la poesía, el sexo, las chicas y su esfuerzo por estar en paz con Dios y con la muerte. Y su sueño: huir a América”.
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